Siempre he dicho que le voy a los Chicago Bulls. “The Last Dance” me recordó gracias a quién.
Durante once años, la oficina de mi papá en Nike Guadalajara estuvo decorada con dos cuadros en los que aparecía Michael Jordan. Uno era el de “Wings”; una foto horizontal en la que Jordan extiende ambos brazos, sosteniendo una pelota de básquetbol con su mano derecha, y de pie de foto la frase de William Blake “Ningún pájaro se eleva demasiado, si se eleva con sus propias alas”. El segundo cuadro retrataba la mejor tríada en la historia de los Chicago Bulls: Michael, Pippen y Rodman clavando tres balones en la canasta al mismo tiempo.
Cuando era niña, estos pósters enmarcados me observaban desde las paredes cada vez que iba a su oficina y jugaba por horas con los carritos Hot Wheels que coleccionaba en los estantes, y por supuesto, con el mini balón de básquetbol de plástico, tratando de encestarlo, sin éxito, en la también mini canasta pegada a la ventana.

Estos recuerdos no me habían venido a la mente desde hace mucho tiempo, y probablemente hubiera continuado así de no ser por la nueva miniserie de Netflix: “El Último Baile”. Esta serie, que se sumerge en la era de Michael Jordan y sus seis títulos como campeón con los Bulls a través de la década de los noventa, ha revivido no sólo mis recuerdos, sino los de toda una generación de lo que es considerado por muchos la mejor época de la NBA. Si esta asociación actualmente privilegia y produce jugadores extremadamente jóvenes que parecen diseñados específicamente para el deporte y plantea reglas de juego cada vez más correctas y complejas en pos de un juego “más limpio”, “The Last Dance”, como se llama la serie en inglés, enseña al público más joven los tiempos en los que el básquetbol era un deporte mucho más rudo, pero lleno de elegancia en el que jugadores con más edad como Magic Johnson o Larry Bird establecieron las reglas y colocaron la caballerosidad, la búsqueda de la gloria y el saber perder con gracia como los valores máximos que regían en el juego.
Al ser parte de la selección de básquet del ITESO, mi universidad también, mi papá adoptó estos valores y más adelante me los inculcó mientras me enseñaba a jugar todos los deportes habidos y por haber: tenis, atletismo, gimnasia, béisbol, ciclismo y, obvio, básquet; usando el patio y la canasta que instaló enfrente de nuestra casa como salón de clases. Cada vez que tenía un partido de cualquiera de estos deportes él era el que me animaba y me preparaba mentalmente, señalando mis puntos fuertes pero nunca ocultándome mis errores y siempre diciéndome cómo mejorar. Incluso cuando elegí el único deporte que él no me enseñó: voleibol, no dejó de llevarme al parque a las 7 de la mañana para que pudiera correr 5K con la selección de la prepa. A mi papá le debo mi lado competitivo, y el hecho de que se transforme en terquedad también.

No es de extrañar entonces que mi papá se siente embelesado frente a la televisión todos los lunes admirando, y cuestionando también, a un terco Michael Jordan que muchos han criticado por la forma en que defiende las medidas que tuvo que tomar para llevar a los Bulls, y a él mismo, al Salón de la Fama. Aunque la serie debe su nombre al tema que el ex entrenador Phil Jackson eligió para su última temporada con los Bulls, y se proyectan muchas entrevistas con los demás compañeros y rivales a lo largo de los diez capítulos, no hay duda de que el personaje principal aquí es “His Airness”, Mr. Michael Jordan. Sin embargo, los recuerdos que los jugadores, periodistas y familiares comparten de él es lo que hace que esta serie sea tan poderosa. Aunque no lo digan en voz alta, cada capítulo y entrevista permite al espectador revivir no sólo sus propios recuerdos, sino también ver a sus ídolos recordar esos días como los mejores de sus vidas, obteniendo así una perspectiva mucho más profunda e inédita de lo que significó para muchos jugar al lado de esta leyenda del deporte. La elegancia del juego en ese entonces y la historia detrás de los jugadores que hicieron posible la serie es lo que trasciende y permite a todos los que ven El Último Baile sumergirse en los tiempos en los que el juego cambió para siempre, y ver jugar a Jordan en vivo era un placer.
Aunque mi papá dejó de trabajar en Nike hace casi 10 años, y yo decidí invertir mis energías en mi carrera en periodismo en lugar de dedicarme al deporte; ver partidos de la NBA con una bolsa de Ruffles y dip de cebolla es una de las tradiciones que nunca dejarán esta casa mientras mi papá viva. Aunque tengo que aceptar que mi hermana lo acompaña mucho más que yo cuando empieza la temporada y me supera en conocimientos sobre los nuevos jugadores y equipos estrella, esta serie me ha hecho pensar en cómo, en muchos sentidos, mi papá sigue siendo nuestro entrenador, y utiliza estos valores que él tanto admira en cosas más cotidianas de la vida: motivándonos a estudiar, aconsejándonos en nuestros primeros trabajos, haciendo el último intento en tener una hija basquetbolera llevando a mi hermana de diez a sus partidos…
Mientras vemos juntos el último capítulo de la serie me doy cuenta de la forma en que el deporte ha contribuido a que sea el papá que es hoy, y el por qué cada que me preguntan a qué equipo le voy contesto que a los Chicago Bulls, aunque ya no lo haga de manera tan automática. Son mi equipo porque es el equipo que mi papá me enseñó a admirar, y lo seguirán siendo hasta el día en que descuelgue el cuadro de “Wings” de la pared en su estudio.
